En las profundidades del desierto egipcio, oculta por las arenas del tiempo, yace la pirámide de Neferu. Se decía que dentro de sus muros sepultados se guardaban secretos más allá de la comprensión mortal, regalos de los dioses que darían al poseedor el poder sobre la vida y la muerte. Pero con tal poder venía una maldición: aquel que perturbase el sagrado lugar jamás encontraría la paz.
Cientos de años pasaron, y el mundo olvidó la pirámide y sus tesoros. Hasta que llegó Elías, un arqueólogo impulsado por la obsesión de descubrir verdades ocultas. Ignorando las advertencias y las leyendas, ingresó a la pirámide. Lo que encontró dentro fueron no solo riquezas, sino también papiros antiguos con conocimientos perdidos.
En estos textos estaba el misterio del “Aliento de Osiris”, una fórmula para alcanzar la inmortalidad. Pero al intentar desvelar sus secretos, Elías desató la maldición. Su cuerpo se convirtió en arena, mezclándose con el mismo desierto que había buscado conquistar. La pirámide se selló de nuevo, esperando a que otro osado buscador de verdades antiguas se atreviera a desvelar sus secretos.
Y así, Neferu permanece, un recordatorio constante de que algunos misterios están destinados a permanecer enterrados, lecciones de tiempos antiguos que aún susurran a aquellos dispuestos a escuchar.