En el corazón de París, bajo la luna nueva, Marguerite descubrió un libro antiguo en el mercado de pulgas de Montreuil. Las páginas, amarillentas y gastadas, murmuraban secretos en un idioma olvidado. Fascinada, Marguerite pasó noches en vela, descifrando las antiguas escrituras con la ayuda de un diccionario de símbolos ocultos que había pertenecido a su abuela.
Una noche, al pronunciar las palabras de un ritual olvidado, una bruma plateada inundó su habitación. De ella emergió un ser de otra dimensión, cuya presencia alteraba el aire con una vibración etérea. Le ofreció a Marguerite conocimiento sobre los misterios del universo a cambio de un pacto eterno.
Marguerite, que siempre había anhelado entender los secretos ocultos del cosmos, aceptó sin titubear. Al instante, su mente se inundó con visiones de mundos distantes y eras pasadas. Sin embargo, el conocimiento vino con un precio: ella fue marcada con un símbolo en su palma, un recordatorio perpetuo de su vínculo con el ser de otra dimensión.
Con cada luna nueva, Marguerite compartía visiones con el ser, aprendiendo sobre la naturaleza oculta del universo. Pero con cada revelación, sentía cómo su conexión con el mundo terrenal se desvanecía un poco más. Atrapada entre dos mundos, comenzó a preguntarse si la sabiduría infinita valía la soledad eterna.
