En un tiempo olvidado, antes de que las arenas del reloj de la historia comenzaran su incesante caída, existía una civilización antigua, escondida en las sombras de lo que apenas conocemos. Sus conocimientos eran vastos, abarcando los misterios de la vida, la muerte, y todo lo que hay más allá. Entre sus muchas búsquedas por la sabiduría estaba la creación de un objeto espectral: el Orbe de Aion, un cristal puro capaz de manipular el tejido mismo del tiempo.
Este orbe era guardado por los Sacerdotes del Templo Oculto de Nyr, quienes conocían sus capacidades y peligros. Sabían que en manos equivocadas, el orbe podía desatar catástrofes más allá de la imaginación. Por ello, se tejieron encantamientos alrededor del templo, haciendo que el tiempo en su interior fluyera de forma distinta al exterior, protegiendo el orbe y a la vez, ocultándolo de aquellos que buscaran su poder.
Pero el destino es a menudo un tejedor astuto, hilando caminos que tarde o temprano deben cruzarse. Un explorador, movido por leyendas susurradas en los rincones más oscuros de las tabernas, se topó con el templo. Armado solamente con su astucia y un deseo ardiente por descubrir lo desconocido, enfrentó los desafíos del templo. Cada paso dentro de sus muros era un salto a través del tiempo, cada habitación, una era diferente.
Cuando finalmente llegó al sagrado Orbe de Aion, comprendió la verdadera naturaleza del tiempo: una red interconectada, inmutable pero etérea, siempre fluyendo, nunca deteniéndose. En ese momento, una verdad ineludible se le reveló; nosotros no estamos en el tiempo, sino que somos parte de él, tejidos en su infinito tapiz.
El explorador salió del templo, no con tesoros materiales, sino con una sabiduría inmemorial: que todos somos guardianes del tiempo, responsables de cuidar cada hilo de nuestra existencia colectiva. Con el orbe asegurado una vez más, vuelto a colocar entre sombras y encantamientos, la enseñanza de la antigua civilización perduró, no como una historia escrita, sino como una verdad vivida en el corazón de aquel que había mirado más allá del velo del tiempo.