Bajo el polvoriento cielo de Egipto, donde el Nilo besa secretos milenarios, existió una tablilla perdida, hecha no de piedra, sino de sueños y constelaciones. Se decía que fue tallada por los propios dioses en los albores del tiempo, en una noche donde las estrellas cantaron y el cosmos se alineó en una danza etérea.
Esta tablilla, conocida solo por aquellos iniciados en los misterios más profundos de la antigüedad, poseía la clave para comprender los ciclos del destino y el verdadero nombre del sol. A lo largo de milenios, reinas y faraones desaparecidos de la historia murieron intentando poseerla, creyendo que con ella, podrían ascender como deidades y controlar el fluir del Nilo.
Se dice que un anciano sabio, último de los guardianes de los secretos primordiales, escondió la tablilla en una cámara secreta dentro de la Gran Pirámide. Allí, custodiada por hechizos tan antiguos como el mismísimo tiempo, y vigilada por esfinges de mirada eterna, la tablilla espera a aquel que sea digno de sus revelaciones.
Las arenas siguen moviéndose, ocultando y revelando secretos, pero la tablilla permanece oculta, desafiando al tiempo y a la codicia de los hombres. Solo aquellos que busquen el verdadero conocimiento y no el poder, quizás, un día, desvelen el misterio que lleva consigo el aliento de los dioses.