En las tranquila noche de un rincón olvidado del mundo, Ana, una joven astrónoma, capturó una señal extraterrestre inesperada. A diferencia de los habituales zumbidos y clics espaciales, esta señal parecía tener un patrón, casi como si alguien estuviera intentando comunicarse. Obsesionada con el descubrimiento, Ana utilizó cada recurso a su alcance para descifrarlo, ignorando las preocupaciones de sus colegas sobre su creciente aislamiento.
La señal, descubrió, transmitía coordenadas. No coordenadas espaciales, sino temporales, apuntando exactamente a la noche en que se percibió la transmisión. Atravesada por la curiosidad, Ana siguió las indicaciones hasta un campo abandonado, bajo el manto estrellado que había sido su lugar de trabajo y solaz.
Allí, rodeada de la serenidad nocturna, fue visitada no por seres en vehículos de otro mundo, sino por una extraordinaria revelación: los “alienígenas” no eran viajeros de otro planeta, sino de otro tiempo. Eran humanos del futuro, investigando su propio pasado, comunicándose a través de brechas temporales con aquellos que, como Ana, estaban dispuestos a escuchar y comprender.
El encuentro cambió a Ana para siempre. No solo había encontrado vida más allá de su propia existencia, sino que había tocado la esencia misma de la humanidad: una búsqueda constante de conexión, sin importar las barreras de tiempo y espacio. Les prometió guardar su secreto, cargando con el conocimiento de que, en el tejido del tiempo, todos estamos entrelazados, exploradores del infinito cosmos, juntos pero separados por el inmenso reloj del universo.
