El Templo Perdido: En busca del Ojo de Horus, un amuleto de poder incalculable
Bajo la vasta inmensidad del desierto egipcio, oculto bajo capas de arena y secretos, yacía un templo olvidado por el tiempo.
Se decía que en su interior reposaba el Ojo de Horus, un amuleto de un poder incalculable, capaz de otorgar visión más allá de lo terrenal a aquel que lo poseyera.
Durante milenios, muchos intentaron desentrañar su ubicación, pero sólo encontraron desdichas entre las tormentas de arena.
En una época marcada por los dioses y los hombres, un joven aprendiz de sacerdote, Iahmes, recibió en sueños la visión de Anubis, el guardián de la necrópolis. “Tu corazón puro es la llave,” susurraban las sombras, guiándolo hacia el templo perdido. Desafiando los designios de los mortales y con nada más que su fe, inició un viaje hacia lo desconocido.
Tras días de fatiga bajo el sol implacable, Iahmes encontró el sagrado umbral. Rodeado por las estatuas de los dioses, avanzó hacia el santuario interior, donde el Ojo reposaba, vigilado por criaturas de mitos olvidados.
Al tomar el amuleto, una luz deslumbrante lo envolvió, otorgándole la visión de Horus. Veía el mundo más allá de la carne; el tejido del tiempo se desplegaba ante él, revelando los hilos del destino de la humanidad.
Sin embargo, el poder venía con un precio. Su mortalidad se desvaneció, condenándolo a vagar por la eternidad como guardián del Ojo, entendiendo al fin, que algunos secretos están destinados a permanecer ocultos a los hombres, solo visibles para aquellos escogidos por los dioses.